La primera casa de té de la Patagonia está en San Martín de los Andes. Fue inaugurada en 1939 por una inglesa de 26 años.
Inaugurada con el nombre de Arrayán, este patrimonio arquitectónico se ubica a orillas del Lago Lácar en San Martín de los Andes (Neuquén). Cuenta la historia que esta casa de té fue “el sueño hecho realidad” de una joven inglesa hace 81 años.
Arrayán, “donde caen los últimos rayos de sol”
A minutos de San Martín de los Andes y con las mejores vistas al lago Lácar, nació “Arrayán”. Considerada patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad y del Parque Nacional Lanín, fue la primera casa de té de la Patagonia.
En 1936, una bella y visionaria joven inglesa de 24 años, llamada Renee Dickinson, compró tres hectáreas en la Reserva Nacional Lanín. Su objetivo era realizar un emprendimiento turístico en este espectacular balcón natural orientado al oeste, con vistas al lago Lacar.
El nombre de Arrayán fue propuesto por sus amigos. Alude al parecido de la británica con esos árboles: alta, delgada y con su pelo rojizo como la corteza de los arrayanes. Además, en aquel entonces, el diálogo y relación entre las comunidades mapuches y los inmigrantes era muy fluida. Así es que muchos de esos amigos pertenecían a los pueblos originarios. Cuenta la historia que explicaron a Renée que, en mapuche, arrayán significa “lugar a donde caen los últimos rayos de sol”, una definición que resonaba perfectamente con la realidad del lugar.
La idea original era construir un “lodge” (actual casa de té) y varias cabañas destinadas al alquiler para cazadores y pescadores. El edificio principal se construyó entre 1938 y 1939, con grandes dificultades por el acceso al lugar. Tan solo una huella de carro hacía de conexión entre el pueblo neuquino y la obra.
Una pasión familiar
Durante los fines de semana Renée contaba con la ayuda de su hermano Bernardo, por aquel entonces mayordomo de la estancia Quemquemtreu, que vivió el proceso de construcción paso a paso. El lugar se transformó en una pasión familiar.
En 1995 Arrayán fue declarado patrimonio histórico y arquitectónico y en 1998 Janet vendió la propiedad a los actuales propietarios. El lugar tiene vida propia, una identidad que lo precede, un desarrollo que se entiende con respeto por sus nuevos dueños, intentando devolverle en detalles todo su esplendor.
A la hora del té
Retomando ese amor por las pequeñas tradiciones, sus nuevos dueños rescataron rituales que marcan el transcurrir del tiempo dentro de la propiedad. El té, con sus sabores, aromas y pausas, le permiten al visitante deleitar los sentidos y el alma. La decoración del lugar reconforta la mirada y permite perderla en un paisaje mágico e infinito del lago y las montañas. Las delicias que acompañan cada sorbo de esos brebajes único, son una manera de recostarse en la falda del recuerdo. Memorias de la cocina de abuelas, con sus acolchonadas tortas y sus coloridos contrastes.
Para lugareños y visitantes, este rincón soñado de la naturaleza y la arquitectura de los pioneros es “la propuesta” durante el año. Sin importar el momento que se elija para descubrir este paraíso, la imagen que nos devuelva será nueva y siempre maravillosa. Con nieve, con flores repletas de colores primaverales, con interminables atardeceres de verano o con fríos del otoño. Arrayán es un ineludible.