Descubre Chubut, la joya emergente del vino argentino: explora sus 44 bodegas y vive una experiencia única

· 2 Jun 2025 ·
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La provincia de Chubut se transformó en una nueva protagonista del mapa vitivinícola argentino. En palabras de la sommelier Agustina Zuelgaray, hoy se puede recorrer la provincia “desde la costa hasta la cordillera atravesando muchos viñedos y muchas bodegas”, descubriendo un terroir diverso y extremo, pero de gran nobleza.

El recorrido puede comenzar en el sur, con Sarmiento, a orillas del Lago Musters, nació Otronia, una nueva zona vitivinícola, la más austral del mundo.

La bodega concentra cerca del 40% del total de tierras productivas de la provincia. El viñedo Paico, marcado por las condiciones extremas de la Patagonia y, en particular, por la influencia del viento, se adapta de manera única a este entorno.

Sus suelos, son un reflejo de esta influencia, compuestos principalmente por arenas eólicas y depósitos aluviales, las cuales aportan características distintivas que se reflejan en la personalidad de nuestros vinos.

En este sentido, Zuelgaray remarcó que Sarmiento “nos ofrece una diversidad y un portfolio de vinos increíbles a la vera del lago Musters”.

Viñedos entre la meseta y la cordillera

Avanzando hacia el centro de la provincia, en plena meseta, aparecen proyectos singulares como Cielos de Gualjaina, Viñas de Huancache y Rincón Los Leones.

Más al oeste, en la región cordillerana de Trevelín, se despliega una multiplicidad de bodegas con carácter: Viñas de Nant y Fall, Contracorriente, Sendero Wines, Casa Yagüe y el Pinot Noir de Faldeo de Epuyén, de la familia Patagonian Wines.

“Trevelín es una de las indicaciones geográficas más importantes de la provincia, con vinos de una acidez natural filosa y marcada, que se distingue del resto del país”, explica Zuelgaray.

También, aparecen nombres como Piedra Parada, Terruño de Caldera y bodegas en El Hoyo que completan esta geografía vitivinícola en pleno auge.

Bodegas en la costa y la meseta: entre el mar y el viento

En el litoral, a 150 km sobre la costa atlántica, Zuelgaray destacó viñedos “plantados a la vera del mar” en Bahía Bustamante y nuevos emprendimientos sobre la ruta uno como Puerto Campo, liderado por Matías Michelín.

En el valle inferior del río Chubut, Trelew y Gaiman también se suman a la propuesta con bodegas como Punta Ninfas y Finca Safira.

Esta diversidad de paisajes le da al vino chubutense un carácter especial. La sommelier describe una vitivinicultura “extrema, con heladas frecuentes y vientos intensos, que requieren tecnologías como el riego por aspersión, creando un ‘efecto iglú’ que protege las vides del frío”. Estos factores climáticos influyen directamente en el perfil sensorial de los vinos.

El protagonismo de la acidez y el sello patagónico

Si hay un rasgo que define a los vinos de Chubut es su acidez. “Es la columna vertebral de los vinos chubutenses”, aseguró Zuelgaray, quien resalta cómo esta característica se potencia por la amplitud térmica y el clima frío. “Son vinos con una acidez natural muy presente y filosa, que hace salivar. Me encanta.”

Entre sus favoritos personales menciona un Gewürztraminer de Cielos de Gualjaina, vinificado con métodos ancestrales: fermentación en ánforas, crianza en vasijas y ambientación con cantos gregorianos. “Es un vino que te sorprende. Aromáticamente es increíble, con mucho volumen en boca.”

Este perfil se repite en otros varietales como el Sauvignon Blanc de Adamow, también con buena acidez y notas de hierba fresca, o el espumante de manzana de Sarmiento.

“Era impensado que a estas latitudes se pudieran elaborar vinos de tan alta calidad”, enfatizó la especialista.

Una propuesta enoturística con identidad propia

Zuelgaray destacó que hoy Chubut cuenta con “más de 44 establecimientos vitivinícolas y más de 20 bodegas abiertas al público”. Este crecimiento dio lugar a una ruta enoturística fascinante, que permite descubrir el origen de los vinos, conocer a los productores y disfrutar de paisajes únicos. “Es la nueva visita que antes hacías a Mendoza o San Juan. Hoy podés recorrer la meseta, la costa y la cordillera sin salir de Chubut”.

La vitivinicultura chubutense no solo crece en superficie y calidad, sino también en identidad. Con una impronta de investigación, adaptación y riesgo, los productores se animan a experimentar con distintos varietales, más allá del exitoso Pinot Noir, y logran vinos con carácter propio, reflejo fiel del lugar donde nacen.

La invitación final de Zuelgaray es clara: “Pensá en el lugar de donde proviene el vino, quiénes lo hacen, cómo lo elaboran. Acá hay coherencia entre el cuidado de la vid, la forma de elaboración y el producto final. Eso es nobleza.”

Chubut ya no es una promesa. Es una realidad vitivinícola en expansión, con vinos que hablan de su geografía, de su clima, y de las personas que, con pasión y conocimiento, han convertido a esta provincia en una nueva joya del mapa del vino argentino.