Sus costas atrapan y quienes llegan de visita, se ven con la obligación de volver cada año. El paisaje patagónico en sus largas distancias es comparable al corte de una película que corre siempre en el mismo lugar. Desde la ventanilla del auto pueden verse las líneas blancas que delimitan el asfalto y las matas grises que no terminan nunca, aunque la velocidad intente dejarlas atrás.
La rutinaria estepa patagónica adormece y es ahí donde los viajeros deben mantener la curiosidad activa, porque cuando la nada parece ser la única protagonista, la magia de la naturaleza irrumpe con encantos insospechados.
Playa Larralde es un verdadero hallazgo para quienes se animan a salir de las clásicas propuestas que ofrece la Península Valdés y se encuentra sobre el Golfo San José, a 24 km de Puerto Pirámides y a 526 km de la ciudad de Comodoro Rivadavia.
El acceso al paraje se realiza sin mayores inconvenientes; la Ruta Provincial Nº 2 tiene un desvío de tierra y el típico serrucho de los terrenos arcillosos obliga a que el trayecto se haga despacio. Cuando se desconoce el camino, se anda con cuidado, atentos a los guardaganados, a las libres que cruzan con apuro la huella y a las tranqueras que anuncian que esa propiedad es de alguien, vaya a saber de quién.
Paisaje va, paisaje viene, el azul profundo del mar aparece en el horizonte y la curiosidad se vuelve incontrolable, allá a lo lejos está Playa Larralde. Su costa está desordenadamente poblada por casillas, colectivos y pocas casas de material. Hay embarcaciones y tractores oxidados, redes, sombrillas y banderas. El trabajo y el ocio conviven a pocos metros y el mar misteriosamente atrapa a las personas que pasan por ahí.
FLAVIA LA PULPERA
Flavia González sale todos los días a pulpear y para esta tarea no requiere de muchas herramientas: un tacho, unos ganchos y lo más importante: la paciencia y la intuición aguda para ir directo a los pulpos que se esconden en las cuevas que se forman en las restingas.
La pulpera de Larralde tiene una cierta elegancia que contrasta con la brutalidad del paisaje. Sus manos de piel fina sostienen el gancho con suavidad. Cuando elije una cueva, mete el gancho y siente a través de él. A veces conversa con los pulpos como si la escucharan, y luego de un par de maniobras aparece uno, que, aunque sea pequeño da batalla con sus tentáculos y sus chorros de tinta.
De apoco el tacho se llena y se bambolea pesado sobre el mar. Allí va la materia prima para el escabeche de pulpos que es muy cotizado en la región. Flavia trabaja siempre en la costa, recolecta mejillones, caracoles, a veces cangrejos, pero su fuerte son los pulpos.
Vive con su familia en el extremo este de la playa. Tiene una casa de material pegada al cerro y unos árboles añosos dan reparo al hogar. Hace más de 20 años que vive en aquellas costas con su familia.
Playa Larralde es agreste; no hay agua potable, ni gas, ni electricidad. Quien vive allí tiene que adaptarse a estas limitaciones que para algunos podrían ser una tortura. Los paneles solares y generadores dan energía; la leña y tubos de gas calefaccionan y el agua dulce la traen de Puerto Pirámides.
“Yo salgo todos los días a pulpear y estoy muchas horas afuera. En invierno camino entre las rocas y siento muy cerca el soplido de las ballenas. El trabajo es duro, pero esto no lo cambio por nada”, indicó Flavia.
Su hijo Bruno tiene 22 años y estudia para contador público a distancia y no tiene intenciones de irse a ningún otro lado. Playa Larralde lo vio crecer desde que estaba en la panza de su madre. ¿Qué apuro tendría ahora?
Cuando un turista llega de visita, el aire parece detenerse: ¿Quién será? ¿Se va a instalar? ¿A dónde? En Larralde se conocen todos y cada uno está metido en su trabajo o en su descanso, pero las espaldas tienen ojos y, aunque la naturaleza no tenga dueños, quienes han pasado allí la mitad de su vida son muy cuidadosos del lugar.
Paca Lorenzo y Hugo Ana son oriundos de Gaiman. Hacen caminatas diarias por la costa y saben de memoria quiénes viven y quiénes vacacionan en la zona. Cuando identifican a los turistas nuevos, se acercan para charlar y contar la historia de playa Larralde.
“Acá venimos siempre. Lo hacíamos cuando nuestros hijos eran chicos y ahora vienen los nietos. Aunque elijamos otro destino, esta playa no nos puede faltar”, confesó el matrimonio.
Para algunos, estas aguas son sinónimo de descanso, y para otros es la fuente de trabajo que sostiene sus familias. El mar les brinda recursos y, para estos trabajadores, es el bien más preciado.
JULIO Y LA PESCA ARTESANAL
Julio tiene 65 años, es salteño, pero hace unos 40 años que trabaja en el Golfo San José con la pesca artesanal. Vive en un colectivo verde varado en la costa. Sobre la caja de una camioneta tiene una red que teje con sus manos de piel tirante y dura. Con esas mismas manos rema y recoge la red llena de cornalitos cuando el día de pesca es bueno.
“En la pesca artesanal se usa la fuerza bruta, es todo muy pesado y la única máquina que se utiliza, aparte del cuerpo, es el motor de alguna lancha. Este trabajo nos afecta en los huesos y las articulaciones; estamos expuestos a la sal todo el tiempo”, expresó Julio.
Es que la verdadera pesca artesanal es manual y selectiva. Cuando se junta almeja, se apantalla con la mano hasta que queda al descubierto y recién se extrae. Con la cholga pasa lo mismo, se elige la mejor; ninguna acción es indiscriminada, se cuida el fondo marino.
La pesca se hace dentro del Golfo San José, ya que las aguas son tranquilas. A veces, desde Playa Larralde reman hasta Playa Villarino, que está al otro lado, hacia el este. La temporada de cornalitos y pejerrey es desde febrero hasta abril aproximadamente, y los mariscos de marzo a diciembre, según las condiciones. La recolección del alga undaria también es un recurso muy codiciado.
“A la actividad la perjudica mucho el langostino, ya que para las empresas es más rentable y esto hace que nosotros quedemos parados. Si no sacamos el cornalito a tiempo crece demasiado y pierde valor comercial”, indicó Julio.
Para Julio, en Larralde todo es más fácil, el mar le da recursos y tranquilidad. Su colectivo tiene todas as comodidades, se vive con lo que se tiene, se come lo que hay. ¿Para qué vivir en otro lugar?
En el Golfo San José no hay señal telefónica, las noticias llegan lentas. Hay un cerro muy bajo que oficia de “locutorio” y los acampantes se acercan hasta allí para enganchar una señal que se entrecorta y que de a rachas permite que lleguen los mensajes de WhatsApp.
La quietud de la playa se interrumpe pocas veces. Un grupito de adolescentes juega al fútbol mientras otros tiran la red. Rotan entre el mar y la pelota. Pareciera que el objetivo es pasar el tiempo, no importa cuánto pescan, ni cuántos goles hacen.
Afuera de una carpa hay dos chicas recostadas sobre un cuatriciclo. Miran inmóviles el cielo limpio; de vez en cuando, el viento les arremolina el pelo largo y se los enreda. Después de un rato, sin emitir una palabra, se sientan y arrancan despacio por la huella que separa el mar del barrio de casillas.
Playa Larralde está escondida; algunos la conocen como un pueblo de pescadores, para otros es el destino exclusivo donde descansan los pocos que saben de su existencia. Hace unos años, Osvaldo Laport llegó para filmar la película “El hombre de las ballenas” y dicen que allí se escondió un guardaespaldas de López Rega.
Península Valdés fue declarada por la UNESCO como Patrimonio Natural de la Humanidad, y esto representa un atractivo para los turistas que llegan desde todos los puntos del mundo para conocer parte de la naturaleza patagónica. Playa Larralde es como una perla codiciada y su naturaleza es el objeto de deseo para quienes necesitan trabajar y disfrutan del descanso en medio de la nada.