El surf en su estado más puro: una aventura en Cabo Raso, el rincón secreto de la Patagonia

· 13 Ago 2025 ·
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Hay lugares que no aparecen en los mapas turísticos, ni tienen wifi para compartir el momento en tiempo real. Cabo Raso es uno de ellos. Un paraje que parece detenido en el tiempo, a orillas del Atlántico patagónico, donde las olas no se miden en likes. Es ahí, en ese rincón austero, donde Jashua Velázquez encuentra una forma de vivir el surf que va más allá de la tabla y el mar.

Jashua tiene 32 años, nació en Playa Unión y desde chico entendió que el mar no era solo paisaje, era un vínculo, un idioma propio. A los siete se subió por primera vez a una tabla, y desde entonces no se bajó más.

Hoy reparte sus días entre la Escuela de Surf de Playa Unión (ESPU), su formación como guardavidas y talleres de educación ambiental. Pero cada vez que puede, se escapa al Cabo, allí, donde el viento pega sin filtros y el agua duele de tan fría, Jashua practica un surf distinto. Uno sin cámaras, sin métrica, sin presiones.

“No buscamos formar surfistas, sino personas con valores”, explica a Agencia Ambiente. En un mundo que a veces convierte el deporte en espectáculo, él apuesta por lo esencial: el respeto al mar y al otro.

En Cabo Raso no hay supermercados ni estaciones de servicio. No hay ruido ni notificaciones, solo costa, estepa y un cielo que abruma, el único hospedaje del lugar funciona con energía solar y agua de pozo.

En Cabo Raso, el mar no se surfea para mostrar, se surfea para sentir.

Todo remite a una vida más simple, donde cada elemento tiene un valor. Por eso, cuando las condiciones se dan y entra el swell justo, todo cobra sentido. La recompensa es una ola fría, rápida y perfecta.
Jashua lo dice claro: “Allá no estás mirando el celular. Estás con vos, con el agua, con el momento”.

Porque el surf en Cabo Raso es también una práctica espiritual, una entrega a lo que el mar quiera dar. Y si no hay olas, hay caminatas, estufas a leña y tiempo real.

El surf en la Patagonia nació de la constancia de quienes buscaron olas en condiciones difíciles, en playas sin nombre. Cabo Raso es parte de esa historia, y Jashua lo sabe. Por eso lleva a sus alumnos allí, no solo para que mejoren su técnica, sino para que vivan otra forma de estar en el mar: sin ruidos, sin presiones, con gratitud. “La experiencia no se mide en metros de ola. Se mide en silencio, en espera, en introspección”, dice. Y en un mundo que todo lo apura, eso vale más que cualquier récord personal.

Qué se puede hacer allí

Al ser una zona rica en vida silvestre, se puede observar fauna marina como lobos marinos, petreles, gaviotas y mucho más. En la parte terrestre es frecuente toparse con maras, choiques, guanacos y la típica flora patagónica.

Este hospedaje habilitado te invita a volver atrás en el tiempo, a entrecerrar los ojos para imaginar el pasado usando de referencia el entorno. Recorrer las casas abandonadas, sentir el silencio interrumpido por las olas del mar, detenerse en los vestigios históricos de lo que alguna vez fue un pueblo activo, disfrutar de la desconexión.

Toda esta energía vital resonó fuerte en la humanidad de Eliane y su familia. Si bien la pulsión de alejarse de las grandes ciudades ya estaba creciendo, fue en 2007 cuando el impulso se materializó y se mudó a Cabo Raso. Así comenzó a tomar forma lo que hoy es un hospedaje turístico con singulares características que lo convirtieron en una experiencia en sí misma.

La idea central del complejo fue generar el menor impacto posible en la zona. “La Patagonia es muy frágil y si alguien hace una huella nueva, eso queda ahí”, explicó hace un tiempo Eliane. Y agregó: “Por eso es importante no impactar de manera negativa. Acá no tenemos televisor, no tenemos secador de pelo, teléfonos, grandes electrodomésticos, nada. Es un lugar particular, no es para cualquiera, es para aquellos que buscan conectar con otras cosas más profundas: con el mar, con la tierra, con la vida silvestre, incluso, con el pasado”.

Eliane llegó en 2007 con su familia y levantó un refugio.

En el complejo se utiliza agua de pozo, provista por un molino, termotanques a gas o leña, y se obtiene energía de fuentes solares. Todo esto hace que sea sostenible y respetuoso con el ambiente. El complejo tiene distintos tipos de opciones. Uno de los lugares más particulares para quedarse es un colectivo en desuso que fue transformado en una habitación para ocho personas. Pero lo más llamativo, tal vez, está a unos metros de él. Se trata de un búnker devenido en “quincho” o “comedor”.

La ex estructura militar está semienterrada y dentro tiene una pileta para lavar, mesas, sillas y un aparador, todos objetos reciclados. Este refugio militar se construyó para el lanzamiento del misil Cóndor II, que sería probado en 1988 por la milicia argentina.

Los lugares para hospedarse varían según la cantidad de personas y las prestaciones. Pero, en todos los casos, son casas y espacios recuperados de lo que estaba en ruinas. Hay también un sitio para acampar con parcelas, fogones y baños secos, que se pueden usar en verano.

En un rincón sin cobertura, pero con cielo, viento y mar, Jashua y Eliane invitan a otra forma de habitar la costa . Una donde el tiempo no se mide en horas, sino en instantes.

Fuente: Río Negro