Desde hace casi 40 años, la feria de El Bolsón es uno de los principales atractivos turísticos de la Comarca Andina.
Productores y artesanos se acercan cada martes, jueves, sábados y domingos, de 10 a 16, para ofrecer el trabajo de sus manos en madera, cuero, metal, lana, cerámica, vitreaux, flores secas; más los dulces, chocolates, verduras, chutney, alfajores, frutas finas, quesos, sahumerios, cervezas, vinos y licores. Durante el verano suele recibir más de 5 mil visitantes por día.
Pero no es la única en el corredor cordillerano: la feria Puelo Produce, emplazada en la plaza central de la villa turística; y la feria rural Tierra de Encuentro, sobre la ruta nacional 40, en El Hoyo, también concentran la atención de visitantes y lugareños para mostrar el trabajo de otros artesanos y productores del noroeste chubutense.
“Los turistas piden el dulce de olla, el que hacemos en casa revolviendo con la cuchara de madera solamente con fruta y azúcar y envasamos con una etiqueta bien artesanal”, aseguran las mujeres que ofrecen allí su propia elaboración.
Puelo Produce “nació por iniciativa de los productores y artesanos locales y se formalizó luego con apoyo del municipio. Su propósito es ofrecer productos artesanales, creativos y alimentos orgánicos creados en la zona, surgidos desde la tierra y de las manos de los integrantes de esta comunidad, que año a año va creciendo en cantidad, diversidad y calidad”.
Dulces, panificados, repostería, embutidos, conservas, quesos, plantas y flores, frutas, cremas y aceites son parte de la oferta. Artesanías en tejidos, madera y cerámica; manualidades y accesorios decorativos, junto a los artistas plásticos y a los escritores de la región. Funciona los martes, jueves, viernes, sábados y domingos, de 17 a 21. Se agregan los músicos, el patio de comidas, las tallas monumentales y el anfiteatro de la plaza, donde cada fin de semana hay actividades.
En Tierra de Encuentro, pegada a la estación de servicios de El Hoyo, se exponen a la venta variados productos de elaboración artesanal, desde los reconocidos dulces caseros, quesos, licores, frutas y verduras frescas hasta escabeches, además de artesanías en cuero, madera, cerámica y tejidos. Está abierto los días sábado, domingo y feriados de 10 a 13.
“Queremos mostrar el espíritu y la esencia de nuestro valle”, cuenta Pina Franzgrote, una de las creadoras del espacio. “Mis quesos derraman salud y sabor, están hechos con la leche de unas vacas que solo comen el pastito tierno de la chacra y toman agua del río Epuyén”, explica a los turistas que paran frente a su puesto.
500 familias
“La feria regional es el lugar de trabajo más grande que tiene El Bolsón, son 500 familias que viven durante todo el año de sus artesanías y su producción. La gente de todo el país y del mundo nos viene a conocer y hace que también se muevan los restaurantes, cabañas y todo el comercio de la zona. Recién después se aprovecha para disfrutar de los atractivos naturales y las excursiones que se ofrecen”, grafica Walter Sánchez (41), un platero que reconoce que “pasé aquí la mitad de mi vida”.
La plaza Pagano también es punto convocante de gran variedad de espectáculos artísticos. Por allí aparecen sin mayores preámbulos bandas de rock y percusión, clowns, escultores, pintores, mimos, payasos y murgas.
“La plata de la feria queda en El Bolsón, son cientos de familias que viven acá y lo que ganan lo gastan en los comercios locales. Sería muy difícil cuantificar los ingresos, más allá de que durante enero y febrero son volúmenes interesantes, pero durante el resto de año se convierte en una economía de subsistencia, apenas el manguito para pagar la luz y lo mínimo para mantener a la familia”, puntualiza “Pancho” Grunow, artesano en pipas de madera de radal.
Al amplio abanico de puestos se suman los libros de autores locales, instrumentos musicales, cuchillos forjados a mano y las velas artesanales de distintos tamaños, cosmética y perfumes exquisitos. De la mano de la naturaleza obtienen las materias primas que, combinadas, “nos ayudan a cuidar y tratar nuestro cuerpo de forma saludable”. La oferta incluye cremas, jabones, tinturas, aceites y desodorantes. Entre los preparados, las flores y esencias del bosque cercano tienen un lugar preponderante.
“Hoy somos todos trabajadores de las artesanías, productores de distintos estratos sociales. Gente nacida acá, otros venidos, una diversidad enorme. El hippie de El Bolsón pasó a ser un concepto antiguo, aunque siempre el turista puede descubrir alguno”, se ríe Grunow.
“Ya nos hemos ganado un lugar importante entre las ferias más conocidas y con mayor trayectoria de Sudamérica, donde nosotros mismos garantizamos la autenticidad de cada pieza. Esta aparente anarquía y aquelarre es lo que encanta a los visitantes, es un espacio popular por excelencia y no hay quien no se tiente con un souvenir para llevar de recuerdo de su viaje”, aseguran los propios artesanos que llegan desde El Foyel, Mallín Ahogado, Cholila, Epuyén y El Maitén.
Vieja guardia
El espíritu de la feria “siempre fue anárquico, autárquico e insolente en sus normas, al punto que ningún gobierno logró uniformar los puestos, mudarla o cobrar el espacio”, resaltó el exferiante Hugo Alsina, luego devenido en director de Radio Nacional.
Aclara que “son muy pocos los que quedan desde aquel mito cultural que le dio identidad, aunque quedan algunos hijos que heredaron parte de la locura de sus padres. Antes había hasta artistas plásticos que vendían sus cuadros, hoy ya no están”.
A su turno, “Kika” Toledo recordó los primeros tiempos de la feria, surgida frente al banco Nación a finales de los ’70. “La gente del campo traía sus excedentes de la huerta, fruta y hasta animales para vender a sus vecinos del pueblo, porque todavía no había turistas. A la 1 del mediodía se terminaba todo”.
En la actualidad, “cuando llega alguno preguntando por los hippies, le cuento que somos nosotros, que nos cambiamos la ropa y nos cortamos el pelo para parecer un poco más normales, pero en el fondo seguimos teniendo ese espíritu de rebeldía necesario”, ironiza.
Diario Jornada