Sin embargo, en 1983 fue adquirida por la familia Paravati, que la administró durante más de 20 años, convirtiéndola en una panadería tradicional, reconocida por sus tortas de 15 y de casamiento. En esta crónica, te contamos parte de su historia y la de Roque, su último dueño, un comerciante que hizo de todo y hoy dirige una casa de comidas que funciona en esa misma esquina. Una historia de migración, comercio y ciudad.
“Mi nombre es Roque Paravati en Argentina y Roco Paravati en Italia, y tengo 78 años”. Quien habla es el protagonista de esta historia, un inmigrante que llegó desde Calabria, con tan solo seis años y terminó haciendo de Comodoro su casa, el lugar donde construyó su propia historia familiar y comercial.
Sí, en la ciudad los Paravati son conocidos por los comercios que tuvieron: desde La Ideal a la heladería Tonino, un proyecto que no salió del todo bien pero que dejó grandes anécdotas en la familia. Otros también recuerdan La Platense, propiedad del hermano de Roque, las cabinas de Telecom o el Ciber que estaba en la calle San Martín, entre Mitre y 25 de Mayo. Sin embargo, al pensar en los Paravati la primera asociación es La Ideal, aquella panadería legendaria del Comodoro de antes.
La Ideal funcionó toda su vida en San Martín y Pellegrini, una esquina del microcentro de Comodoro Rivadavia. La panadería fue fundada por Rufino Riera, en la década del 40, y luego de unos años fue vendida a Echeverría y Rodríguez.
Cuenta la historia que los nuevos dueños no duraron mucho tiempo al frente del negocio y que, en 1983, se lo vendieron a Roque Paravati, un inmigrante italiano que había llegado a Argentina en 1952 junto a su familia, escapando de las secuelas de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando llegó, Roque tenía solo 6 años, era un niño. Su padre y su hermano mayor habían venido dos años antes a probar suerte y una vez que sintieron que el terreno era firme, decidieron que migre el resto de la familia.
Una copia del pasaporte con una foto de su madre junto a tres de sus hermanos es el recuerdo de aquel viaje en el vapor Salta. El testimonio de la migración a la Argentina.
En la entrevista, Roque cuenta que La Plata fue la ciudad que acogió su arribo. Su padre, como muchos italianos, trabajaba en el tranvía y allí creció junto a sus hermanos. En la ciudad de las diagonales se formó en una escuela industrial. Mientras que uno de sus hermanos aprendió el oficio de panadero. El dueño de un local todos los días le daba un kilo de pan a cambio de trabajo y de que aprendiera a cocinar la harina. Así, cuando sus dos hermanos mayores vinieron a Comodoro, él siguió sus pasos.
Paravati recuerda aquellos años en que llegó a la ciudad. “Yo tenía 16 años y como estaba estudiando en la escuela industrial en La Plata y había aprendido algo de Tornería fui a trabajar al barrio Industrial con Jordan Cruz, que tenía una casa de rectificación de motores. Después tuvo una ferretería enorme en el centro, pero yo empecé a trabajar en la tornería hasta que me incorporé a la empresa Vianini, que fue la que hizo el acueducto. Ahí estuve varios años”.
Roque cuenta que trabajó en esa obra histórica que tuvo Comodoro y, una vez que culminó, la empresa lo mandó a Berazategui, Buenos Aires, para trabajar en otra obra. Fue allí donde conoció a Stella, su esposa, y donde nació Gustavo, su primer hijo. Pero nunca dejó de pensar en Comodoro.
“Yo creí siempre que el futuro estaba en Comodoro Rivadavia y como conocía la ciudad y conocía mucha gente nos vinimos nuevamente, tal es así que nos vinimos en un Renault 4L. En ese entonces la ruta era todo tierra y tardamos cuatro días en llegar. Hay muchas anécdotas, porque cuando llegamos a Tres Arroyos se fundió el auto, pero por suerte nos encontramos con gente que nos dio muchísimas manos”.
Por ese entonces, su hermano ya había abierto la panadería La Platense y Roque comenzó a trabajar con ellos. Durante cuatro o cinco años aprendió los secretos del oficio, hasta que un día, una cliente le ofreció la rotisería que tenía en Kilómetro 3.
“Yo le llevaba el pan, ella me había tomado mucho cariño y quería que yo me hiciera cargo. Me la quería vender a toda costa, pero yo no tenía cómo comprarla, entonces hicimos algo que para la época no se conocía y le alquilé la propiedad y el fondo de comercio”.
La idea era poder comprar finalmente el local. Sin embargo, no fue posible y luego de un tiempo, junto a su antigua cliente, vendieron sus respectivas partes a tres socios que adquirieron la propiedad. Así, cuando surgió la oportunidad de comprar la Ideal no dudó y trabajó el comercio durante más de 20 años.
“Realmente nos fue muy bien, tuvimos muy buenas épocas, más allá de que teníamos 10 años buenos y 10 años malos”, recuerda Paravati.
“Este país siempre fue así y cuando compramos la panadería, que ya era conocida, la convertimos en una panadería que fue de las más tradicionales de Comodoro. Las tortas de casamiento y de 15 las hacíamos exclusivamente nosotros, teníamos uno de los mejores confiteros de Comodoro, que lamentablemente murió a los 50 años. Pero era el mejor, cada persona que quería hacer una torta de casamiento venía a La ideal, por ese confitero que era una eminencia por su conocimiento, su trabajo y su capacidad”.
La Ideal llegó a tener 30 empleados y 5 sucursales: una en la calle Andalucía del barrio Jorge Newbery; otra en el Mercado Comunitario, donde hoy funciona el Centro Cultural; la tercera en Avenida Rivadavia y Alsina; una en la zona sur de la ciudad, en Kennedy y Estados Unidos, y finalmente la quinta, frente al Hospital Regional.
A la panadería le iba bien, Roque era un referente del rubro y llegó a ser presidente de la Cámara de Industriales Panaderos de Comodoro. Sin embargo, el 2001 rompió todo y muchos comercios quedaron en ruinas.
“Lo que sucedió con el país en el 2001 nos fundió. Fuimos unos cuantos. La Rosalina que existía en la calle Alem, a Cárcamo tampoco le fue muy bien, a mi hermano con La Platense, tampoco, porque nos metimos en créditos en dólares que después no podíamos pagar y llegó un momento en que no podíamos hacernos cargo de esas deudas”.
El ocaso de La Ideal fue el final de un comercio histórico y la reinversión permanente de una de las esquinas comerciales más importantes de la ciudad.
Con alma de comerciante y emprendedor, Roque hizo de todo. Obtuvo la representación de Telecom en la zona sur de la Patagonia e instaló las primeras cabinas públicas de esa empresa de telefonía. También intentó con una heladería, “Tonino”, que estaba frente a lo que hoy es el local de comidas que trabaja desde 2010. La fábrica funcionaba en la calle Urquiza, pero entre risas, cuenta que ese negocio estaba destinado a no ser. “Nosotros abrimos en noviembre y ese día, íbamos a regalar todos los helados para que la gente nos conozca, pero nevó, así que no funcionó desde el principio y después vendimos las máquinas a Bito”.
En tiempos de internet 2.0 y juegos en red, Paravati también tuvo un ciber en sociedad. “Target” funcionaba en San Martín, entre Mitre y 25 de Mayo, pero finalmente decidió quedarse y abocar los esfuerzos a “Stop”, emulando de alguna manera dos locales que de chico le parecieron un buen negocio.
“Cuando era joven, frente al Cine Coliseo estaba Carabel, que era un negocio que tenía el dueño de La Tradición. Tenía 17 años e iba al Cine Coliseo y en ese tiempo pasaban tres películas juntas con un intervalo. Era impresionante como trabajaba ese negocio y me quedó siempre, igual que un negocio que estaba frente al hospital que se llamaba ‘Stop’. Era una hamburguesería de un australiano y era impresionante lo ricas que eran”.
El local de comida que funciona donde estaba La Ideal tiene un estilo diferente al resto: un concepto porteño. Vende viandas, empanadas, sándwiches y se puede comer al paso, algo ideal para su ubicación céntrica.
“Nos fue muy bien, es todo comidas rápidas. La gente viene, come y se va, pero hoy estamos más o menos, nos estamos defendiendo, no es una época para ganar dinero; las cosas no están bien, hay muchos aumentos y la carne vale una fortuna. La realidad es que deberíamos estar permanentemente cambiando los precios, pero la gente no tiene dinero para poder manejarse y el rubro nuestro dejó de ser una necesidad para la gente”.
El comercio es netamente familiar y, con 78 años, Roque todavía atiende para despuntar el vicio y ayudar a su hija y su marido, quienes trabajaban acompañados por la suegra de ella. Admite que le gustaría retirarse, pero siente que aún no es el momento porque, como dice, el negocio es su vida. “Esta esquina es muy importante y para mí es todo, porque el negocio fue todo, yo dejé mi vida ahí. En un lugar en el que hace 35 años estamos y es como un hijo más: lo ves crecer, madurar y cuesta desprenderse”, admite.
La charla va llegando a su fin. Paravati lo dice, en algún momento tendrá que dejar, la vida es así. Quizás cambian de rubro, quizás no, pero de algo sí está seguro: “la San Martín debe existir siempre” y esa esquina perdurará.
Fuente: ADNSur